Zabaltegi. Francia-Japón.
Nina tiene 9 años y sus padres están separados. Su mejor amiga, Yuki, está a punto de pasar por esa misma experiencia. Pero el trauma es aún mayor, porque su madre es japonesa y se la va a llevar a vivir al otro extremo del mundo, quedando su padre y su mejor amiguita en París.
Durante 75 minutos de metraje, la película se desarrolla en largas y lentas secuencias, muchas de ellas casi exentas de contenido. Vemos el mundo ralentizado, a través de los ojos de las dos niñas, que empiezan a inventar estrategias para continuar juntas mientras los adultos discuten y hacen lo que se supone que es más conveniente para ellas. Y en el minuto 76 de la película, cuando los espectadores están yéndose de la sala o muertos del tedio, ocurre algo, un punto de giro que es un hallazgo. Y además, está resuelto con una cámara magistral. Gracias a ese tercer acto (escasos 12 minutos de cinta), la película cobra profundidad y te atraviesa. Probablemente habíamos olvidado la capacidad que tuvimos, cuando éramos niños, para ver el mundo de una manera mucho más sencilla, pero a la vez, mucho más imaginativa y profunda.
J.
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